El cuento de «La mierlita» y algunas reflexiones sobre la violencia en los cuentos populares

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Había una vez una mierlita
que tenía su nido en un roble.
Acababa de tener cinco hijitos
y cantaba muy contenta:

¡Qué contenta estoy,
qué contenta estoy,
a mis cinco mierlitos
comida les doy!

Los cuentos populares han interpretado siempre un papel propio en la educación de los más pequeños; y lo han hecho de un modo muy distinto al que impera hoy, en tiempos de lo políticamente correcto: con realismo y, en ocasiones, crueldad.

Si miramos a nuestro alrededor, vemos que el que no se maneja con un mínimo de prudencia e inteligencia, el que se deja engañar, lo pasa mal. Qué sé yo: si firma una multipropiedad sin garantías, si quiere pasarse de listo con el tocomocho… es probable que no vuelva a ver su dinero. Y hablo de dinero por tratar de algo que importa, pero relativamente.

Los cuentos populares han afrontado esas posibilidades de frente: si haces el tonto de verdad, las pasarás canutas. Y si alguien depende de ti, quizá no lo vuelvas a ver. Y por lo tanto, acogen la violencia en su seno, como algo que existe, para enseñar a responderle; esto es, no a imitarla, sino a prevenirla. En los cuentos siempre ha habido lobos porque en el mundo no faltan.

A veces se piensa hoy que los cuentos modernos deben apartarse por completo de esa vía: Caperucita tiene que convencer al lobo, hablando pausadamente, de que lo que hace es incorrecto y le convendría más ser vegetariano o, al menos, reconocer la superioridad del ser humano y no comer más que conejos. El fallo de este enfoque es que el cuento tradicional habla de otro lobo, del lobo que no tiene intención alguna de convertirse; del lobo natural; del lobo convencido; del lobo sin más, diría. El que, después de escucharte atentamente, se te come y te olvida, punto.

El cuento de La mierlita, adaptado por Antonio Rubio e ilustrado por Isidro Ferrer, es una historia violenta: la madre es una ingenua que entrega a sus hijos por temor pánico a una amenaza del todo irreal. La cuota de optimismo que (a mi entender) debe tener toda la literatura para los más pequeños está en que se da cuenta de su error a tiempo de salvar a un hijo. Pero falsear el final, lograr que el zorro devuelva a todos los niños, sería falsear el mensaje neto del cuento: si piensas demasiado poco, si te dejas llevar por el pánico, puedes cometer un error sin marcha atrás. Ojalá a todos los que cogen el coche y adelantan en un cambio de rasante a 180 les hubieran contado La mierlita a tiempo… porque eso habría evitado la violencia de la muerte que causan, propia y ajena, real y contrastable.

Me parece que negar que en el mundo existen la muerte o la violencia no es cuidar a nuestros niños; es negarles la preparación más idónea para la vida real y, por lo tanto, renunciar, por mor del color rosa, a nuestra función de educadores. ¿No es mejor una impresión a tiempo? Habrá que mirar cómo afrontamos el tema, por ejemplo, con humor y exageración visual, como en el caso de Rubio y Ferrer; y no habrá que limitarse a él, ni caer en los prejuicios, ni tantas otras observaciones que cabe hacer; pero lo que no sirve de nada es borrar la violencia del mapa de la educación solo porque no es bonita…

20 Respuestas a “El cuento de «La mierlita» y algunas reflexiones sobre la violencia en los cuentos populares

  1. Tienes toda la razón. Aparte de que los cuentos edulcorados también son ñoños y aburridos. Yo hice un curso con Teresa Colomer, a la que era un placer oír escuchar cuentos, y nos dijo, nunca lo he olvidado, que no había que evitar contar a los niños cuentos de miedo. El miedo es algo que los niños tienen que aprender, pues nos va a proteger en muchas ocasiones, y aprenderlo en los brazos y de la boca de las personas a las que se quiere es la mejor forma de hacerlo. Nunca lo he olvidado.
    Y eso por no hablar de la necesidad de saber que existe el mal, dentro y fuera de cada uno de nosotros, hace poco una alumna, hablando sobre el tema del bien y del mal escribió: «todos tenemos nuestra parte oscura». Parece que eso es algo que también se quiere negar y me gustó verlo expresado de forma tan clara por una adolescente que, sin ser académicamente brillante, tiene una sensibilidad y una madurez superior a la media.

  2. Hola, Elisa, espero no tener toda la razón… Creo que me inquietaría. 🙂

    Pero el tema me preocupa. Uno de los cuentos que explico a los pequeños tiene una dosis de palos, breve, pero similar a la que puedan tener los títeres de cachiporra (y el álbum está ilustrado así; en esa página recuerda a los cómics). Los maestros me suelen mirar mal y los niños, encantados. Porque ellos se pegan, se muerden y se arañan, un día sí y otro también, aunque luego reciten la lección del «No se pega». Yo bajo a su terreno y les hablo desde ahí, con ogros y cíclopes y monstruos, para que primero se angustien un poco, luego se relajen y se diviertan y al final se pregunten: «Oye, pero… ¿no habría forma de haberlo evitado? Con un poquito más de prudencia, ¡no hacía falta llegar ahí! Mira que habéis rondado el desastre…»

    Pero, para empezar, ¿qué entienden ellos? Porque quizá entienden que todo es perfecto y que la violencia arregla los problemas la mar de bien… No lo sé, la verdad. La mente humana es muy compleja y teorías hay para todos los gustos. Ojalá algún día lleguemos a un conocimiento psicológico más científico. Lo poco que tengo de veras claro es que las exigencias de lo políticamente correcto no responden a los problemas de la vida real y, por tanto, vacían de utilidad verdadera a la literatura. Supongo que, más que teorías, hay que ver, en cada libro en concreto, cómo está resuelto. A mí este álbum me gusta porque la protagonista se equivoca, varias veces, y con errores irremediables. Es humana, en suma. La literatura no la salva, como no salva a nadie. Es un mundo de carne y hueso, exagerado y con humor, pero no ingenuo o deliberadamente amable de más.

    Dudas aparte, esa frase es muy clara y bonita para una adolescente, justo por eso, por no negar el sitio a lo que también somos (nos guste o no). La presión de la voluntad de perfección es a veces demasiado fuerte. El equilibrio es complicado, pero no solo se rompe por desidia, también por la falta de aire…

  3. Desorientado como ando, ramoneando en el internet de los blogs, parece este de los que buscaba.
    Efectiviwonder. Rodeamos al canijo de algodón dulce. Pero al final de la mullida chuche, cuando se lo haya zampado la criatura, espera la jungla. Lo curioso es que parte de ese algodón dulce son esas películas y videojuegos tan sangrientos. ¿Qué es violencia, pues?

  4. Hola Darabuc.

    Es verdad que tocas un tema muy importante. Éste de la violencia en los cuentos populares. Siempre me he preguntado el porqué gusta tanto a los niños los cuentos escritos hace tantísimo tiempo y algunos tan crueles. Sin embargo, los niños piden que se lo contemos una y otra vez. Pienso que en literatura si algo permanece es porque llega al centro de las emociones básicas y universales como ocurre con este tipo de cuentos. Los niños y las niñas necesitan oir estos relatos para ellos resolver sus propios problemas de miedos, celos, inseguridades etc. Al escucharlos se sienten indentificados con los personajes que además suelen tener un final feliz. Es muy importante que sean contados por una persona querida con voz segura y relajada. Eso les da confianza en la resolución del problema.

    Hace años leí «El psicoanálisis de los cuentos de hadas» de Bruno Bettelheim y aunque no esté del todo de acuerdo con sus teorías piscoanalíticas, fui comprendiendo un poco todo esto.

    También he leído a Proff (no recuerdo si se escribe así) «La morfología del cuento» , pero sin embargo este libro lo trata bajo un enfoque estructuralista. En fin creo que sería un buen tema para una tesis doctoral.

    Un beso. LUZ

  5. Ramón, Luz, os agradezco la reflexión. Os debo una respuesta con calma, cuando se pase un atasco de trabajo que me tiene la mesa bloqueada.

    Un abrazo.

  6. Hola, Ramón, gracias por tu comentario. Es todo un cóctel el que reciben los niños. Es probable que siempre lo haya sido y yo no tengo capacidad histórica para decir si de verdad hoy es más extremo; pero lo cierto es que me lo parece. Con la red en la mano, solo con eso, pasas del Día de la Paz a la reproducción en YouTube de una paliza en tu instituto. O amor y pornografía. Y hay muchas formas de violencia, organizada, institucionalizada, más o menos aprobada. Gente razonable por lo general que se orangutaniza en el fútbol o en la carretera. No creo que se trate de vetar la violencia, por eso mismo, porque está, y bajo demasiadas formas. Más bien, de dominarla y comprenderla, de saber que está en todos nosotros, pero que no es la forma de resolver las cosas, porque una vez suelta tiende a multiplicarse. Eso creo yo, al menos.

    (Ah: no me ha funcionado el enlace de tu blog.)

  7. Hola, Luz. Creo que Propp y Bettelheim han hecho mucho por el estudio más a fondo de los cuentos populares. Rodríguez Almodóvar sigue trabajando con el concepto de arquetipo, por ejemplo. El caso de Bettelheim lo veo yo más difícil: lo suyo no es ciencia, por desgracia (en el sentido de que me gustaría que supiéramos comprender mejor la mente humana y la formación de la psicología infantil, sobre la que hay varias teorías en conflicto).

    Tengo una impresión muy parecida a la que describes en tu primer párrafo. A veces provoco y «asalvajo» a mis niños del Taller de Cuentos y siempre me queda luego la idea de que vale la pena (sin caer en el descontrol excesivo ni buscarles la pesadilla, no es que todo valga). Pero sacan las emociones, responden ante un adulto con más espontaneidad, luego atienden con mucho interés. No creo que sea muy distinto de alguna reacción de adultos del tipo: «¡Qué bien me lo he pasado! Me he pasado toda la película llorando a moco tendido».

    En fin, tampoco lo sé. Tengo la sensación de que es un terreno movedizo.

    Un beso

  8. En la biblioteca, en el taller de padres, me suelen preguntar mucho sobre lo que hablas, yo les respondo con argumentos parecidos a los tuyos, y no siempre están de acuerdo. Les digo que la violencia de los cuentos está controlada, porque permanece acotada dentro del Érase una vez y colorín colorado. Y eso permite que los niños se «asalvajen», tal y como dices, pero siempre dentro de un espacio del que sacan algo bueno, y en el que no han de enfrentarse a ciertas cosas, las cuales, precisamente son las que los padres quieren evitar. Los cuentos son sabios, pero los niños, son mucho más sabios.

  9. Yo creo que a los padres y madres nos aterra enfrentarnos con ese momento en que nuestros hijos comienzan a preguntar por algo terrible que ha pasado. Por ejemplo, una muerte cercana. ¿Cómo afrontarlo? Muchos nos asustamos y nos quedamos ahí, en el susto. Otros niegan. Pocos enfrentan.
    Este verano murió una amiga de la facultad en un accidente de moto. Todo fue muy rápido, evidentemente. Al salir de casa y buscar a una prima para que se quedara con las niñas, le dijimos a mi hija mayor (4 años) lo que sucedía. Se quedó impactada. Y nos dijo que al volver le contásemos todo.
    Cuando regresamos, muy tristes, le fuimos desgranando todas las imágenes de los padres de mi amiga, de su marido, tristes en el tanatorio. Ella escuchaba. Estaba en una época de magia (lo sigue estando) y propuso que con su magia tiraría de un hilito para bajar a nuestra amiga del cielo y que pudiese seguir aquí con sus padres y su marido. La dibujó, dibujó su propia pena.
    Y de vez en cuando me dice que se acuerda de Mónica, que sueña con ella, y que está bien. Y que hay que tener cuidado con los accidentes, esos que hacen atascos en la carretera.
    Me gusta mucho haberle hablado claro de una situación tan triste y me resulta muy interesante como lo ha integrado. Todo su proceso.

  10. Hola, Clara, da que pensar. Yo entiendo que hay una brecha entre los padres (algunos, en realidad, pero a veces muy chillones) y los maestros, tutores, educadores, responsables de talleres. No sé por qué razón, pero es como si hubiera miedo, además de falta de confianza. Y en realidad, lo ñoño, lo que se ve que es blando por voluntad del mediador, no por efecto de la realidad, los niños lo pillan y descartan en seguida. Quizá te atiendan educadamente, pero no les llegas. Lo borran en un segundo.

    Yo reconozco que, en una presentación del taller de cuentos, acabé eliminando las frases que hablaban de eso: de que contaré cuentos que, en parte, valen para provocar, para que salgan los temas que les preocupan, para que se rían de la autoridad (¡claro! ¿o no lo hacemos todos alguna vez?), en fin, para muchas cosas que, desde luego, no se reducen a qué bonito es el mundo. ¿Para qué? Si los niños se pegan al salir de clase, los cuentos tienen que tratar de la violencia. Pero a veces se confunde «tratar de la violencia» bajo forma de literatura (y no de sermón moral) con «defender la violencia»; o «exponer modelos negativos» con «inculcar modelos negativos». No, los niños tienen boca para hablar y cabeza para pensar, y desde bien pequeños. Es obvio que hay que ajustar muchas cosas, que hay que hacerlo con cuidado, o que hay que devolverles la seguridad cuando les haces pisar el camino del miedo; pero hay que darles literatura que les llegue hondo, y luego hablar con ellos.

    Lo que me pregunto es si, cuando a veces se pide la retirada de ciertos libros (¡hasta de Rodari!), lo que se quiere en el fondo es que los niños no vean nada malo… para así no tener que hablar con ellos, para ahorrarse preguntas. Como si no vieran mucho más en la televisión o en el patio mismo. Lo malo es que esa ficción de la educación lisa, sin fisuras, termina más de una vez en el «¡quién lo iba a decir!» o el «¡si yo le he dado lo mejor!»

    No, lo mejor es hablar de todo lo que haga falta, y enseñarles la vida, con dulzura y con todo el cariño del mundo, pero con realismo.

  11. Hola, Magen, es una historia bonita, por la vida que arrastra. Aunque trate de la muerte, en el fondo no es apenas distinto.

    Como anécdota: yo traté de la muerte de un personaje viejo en un libro mío (La vieja Iguazú). Pues bien, un amigo se lo leyó a su hijo y luego me vino enfadado: «¡No sabes lo que me ha costado disimular el final!».

    Lo siento, pero creo que no nos entendimos nada. Los niños negocian con los temas, hasta con los más tristes, les encuentran remedios como ese del hilito mágico. Yo tengo una hija de tres años y ella, una bisabuela ya mayor. Pues digo yo que mejor la preparo, suavecito, dulcecito, le voy contando y a la vez tranquilizándola en lo posible. Ni la dejo que se choque un día de cara, puro imprevisto, ni me pongo a trabar luego una red de mentiras que solo harán que debilitar su confianza en nosotros.

    Aunque esta estrategia no vale para la muerte de los jóvenes, y menos de los propios niños, tema quizá de los más complicados. Y aun así, qué remedio queda. Porque por desgracia, es algo que también pasa. Pues en eso, yo creo que la literatura es un buen consuelo, dentro de lo poco que tenemos tangible, con su capacidad de convertir en belleza la historia de una vida, o de una pena. (El arte en general, no solo la literatura: también la música, la pintura, esos dibujos de los que hablabas. Pero la expresividad, el dejar entrar y dejar salir, más que el cerrar los ojos y los oídos.)

  12. En ocasiones cuando cuento «Un culete independiente», me dicen que no es necesario lo del azote en el culo al niño.
    Siempre les digo que un azote en el culo a un niño no es necesario, pero en este cuento era necesario, no porque el niño del cuento se lo mereciera, ni porque yo defienda el azote en ninguna de sus acepciones, si no porque para que exista este cuento debe de existir ese azote literario, porque la trama no está justificada sin el azote en el culete regordete del protagonista.
    Sin azote no hay cuento, sin la mentira no hay «Pedro y el lobo», sin malvados no hay buenos, sin desamor no hay amor.
    Pero no me entienden y si converso más con ellas (con las madres y los padres), puedo llegar a explicárselo, pero la mayor parte de las veces no tengo ganas ni ellos tampoco de escucharme.
    La historia de Magen es bonita… con su hilito.

  13. Sí que es bonita la historia de Magen. Va calando conforme la lees.

    Sobre el Culete, yo puedo añadir la experiencia personal, que no es que sea ley, ni mucho menos, pero siempre sirve de algo conocerla. A mi hija, con dos años y medio por entonces, le gustó mucho; fue de los primeros que intentó contar ella misma, lo pedía una y otra vez, y lo fingía con su Pandi (un títere hoy calvo y agujereado que la acompaña desde que nació). El caso es que la inquietaba, pero no tanto el azote, sino la desaparición del culete, el pensar de verdad cómo iba a hacer para sentarse, o el susto que se podía llevar si de pronto se encontraba sin. Vamos, que rondaba la pesadilla. Pero eso se va puliendo y endulzando, al hablar con ella y que ella entienda principalmente el fondo (si haces las cosas mal, tendrás que afrontar las consecuencias, pero si las haces bien, no tienes que angustiarte) y no se quede con el pavor (vendrá el Coco y te llevará mientras duermes, se te caerán partes del cuerpo de repente y será horrible, etc.). En suma: que el texto importa, pero el uso importa muchísimo más. El miedo mismo, por ejemplo, puede usarse para crear pánico y obediencia ciega o para ayudar al niño a ir creciendo y reflexionando. Juzgar las historias desnudas, como si por sí solas hicieran un daño terrible, me parece una mezcla de ingenuidad y desconocimiento.

    (Me lo digo en voz alta, aclaro; porque me queda la inquietud de que suena como si estuviera dando una lección.)

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  15. Después de muchos días queriendo comentar, de muchos comentaios escritos y no publicados, por fin me decido a hablar sobre este tema. Intentaré ser breve: yo creo que cuando uno lee quiere que lo leído le haga pensar, analizar, razonar y sobre todo sentir. Cuando yo leo poesía me gusta que me haga sentir cosas y también pensarlas. Ya sé que yo no soy ningún niño, pero cuando les leo o les compro un libros a mis hijas quiero que encuentren algo lleno de sentimientos que les hagan pensar (bien a través de la risa, el llanto, el enfado, la indignación, …).
    Yo que sido un niño con muchos miedos, siempre he pensado que los más valientes son los que saben superar sus miedos y los que saben prepararse para superarlos. Los cuentos ayudan a esto.
    Por último también es bueno tener miedo a algunas cosas es bueno, al fin y al cabo el miedo no es más que un mecanismo de defensa, también para los niños.
    En fin, termino. Al final me queda la duda de si lo deje claro. Un saludo, Jesús.

  16. Hola, Jesús, ¡casi tengo cargo de conciencia, por haberte dado tanto trabajo! 😉

    Se entiende muy bien tu postura. Creo, además, que es bastante próxima a la mayoritaria. Al menos a la mía: leemos porque nos mueve, en algún sitio (incluyo la curiosidad lingüística y los mundos imaginarios, no solo el sentimiento puro). Quizá el caso del miedo es más claro que el de la violencia, que es muy fea cuando se la separa y se muestra una frase o una imagen fuera de contexto.

    Aun así, es curioso que se van pidiendo retiradas de libros (incluso recopilaciones de cuentos antiguos, de Rodari), por no cumplir con lo políticamente correcto, pero aquí nadie ha defendido esa postura. Una de dos: o quienes exigen la censura de valores hacen ruido, pero son muy poquitos, o quizá simplemente ninguno de ellos lee este blog.

    Un abrazo y gracias por tu comentario

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  18. Glup!!! me siento perdido en este mar sin sentido…Glup! soy un pescadito que quería salir al sol, Glup! ¿porqué pensáis por los propios niños? Glup!

  19. Hola, Pez: me queda claro tu tono crítico (y bienvenido sea), pero no el contenido de tu crítica. ¿Quieres decir que estamos chafando a los niños? La intención, lógicamente, es solo comprenderlos. La responsabilidad de la educación en general y la formación literaria en particular no me parece que les corresponda a ellos (tienes 3 años: decide y así te vaya) sino a nosotros. ¿En qué perjudica pensar en el proceso?

  20. estoy encantada con los comentarios y muy interesada

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