
Ilustración de Antonio Guzmán
Esta obra [Canciones de Garciniño] es un homenaje a la lírica popular tradicional y, de manera muy especial, al romancero, ¿puede compartir con nosotros qué le animó a escribirla?
R:
Al principio, pensaba escribir un poemario sobre metamorfosis. De hecho, en casi todos los poemas se da una transformación más o menos mágica: un mago convierte a tres princesas en guisantes, una amapola se vuelve mariposa… Pero, aunque tenía como referencia las Metamorfosis de Ovidio, no me salieron poemas en hexámetros latinos (¡menos mal!), sino en octosílabos, casi siempre. Luego escribí el poema de Garciniño, y me di cuenta de que el poemario ya estaba encaminado: era este niño medieval el que traía consigo el resto de las canciones, que de manera natural surgieron en verso corto arromanzado.
Precisamente por su semejanza con esta poesía tradicional, encontramos palabras y expresiones que posiblemente serán poco conocidas por los jóvenes destinatarios de su obra: avecica, siete doblones, cristiano nigromante, azahar… ¿esta dificultad, a primera vista, por la compresión del texto por los niños, esconde alguna ventaja para su formación como lectores?
R:
Creo que sí. Son palabras dentro de un contexto muy claro y esto hace posible inferir el significado casi siempre: “Avecica que vuelas”, “Yo te compro este niño, chocolatero/ te doy siete doblones y diez dineros”. Si no, están los padres, o los educadores, para echar una mano. Estos pequeños escollos en la lectura son un estímulo para aprender. Cuántos niños hay con un léxico asombroso sobre navegación (porque les fascinan los piratas), o sobre los dinosaurios o las estrellas.
Por otro lado, el niño muy pequeño, acostumbrado a que muchas palabras del discurso común se le escapen, se queda satisfecho con el ritmo del poema y con la sonoridad de las palabras. Mi hijo de tres años recita el poema de “Las princesitas guisantes” y dice lo del cristiano nigromante de corrido (eso sí, poniendo cara de malo).
En la obra podemos encontrar también textos que podrían servir de cantilena a cualquier juego infantil, como “rueda, rueda” o “llueva que llueva”, ¿qué importancia tiene el juego en su poesía?
R:
Mucha. Gran parte de nuestro acervo poético está en los juegos. En los largos recreos de la tarde (me quedaba a comer en el colegio), las niñas cantábamos mientras jugábamos a las palmas, la cuerda, la goma, en corro o dispuestas en dos filas enfrentadas. Canciones que eran puro ritmo, casi siempre absurdas:”un mosquito me picó/ le cogí de las orejas/le tiré por el balcón” y que nos integraban mágicamente en el grupo.
Y ese aspecto lúdico del lenguaje también aparece en la creación e invención de nuevas palabras, a veces juegos de sonidos, como pirulín, pitigüela o petalosalas… ¿cómo valoras el aspecto creativo y lúdico de la literatura?
R:
Está claro que el lenguaje no solo sirve para las comunicaciones prosaicas. Hay que “desautomatizarlo”, como decían los formalistas rusos, y el juego es una manera excelente de propiciar la creatividad.
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