Archivo de la categoría: Ed. Edelvives

Navegaciones a contra corriente (Antares, de Francisco Díaz Villadares)

Antares, de Francisco Díaz Villadares, premio Alandar de 2012, es una novela de aventuras en el mar. A mí, las del género suelen resultarme atractivas, en parte por las maravillas del léxico marítimo; además trata temas de actualidad, como el de las mafias del transporte de inmigrantes en condiciones lamentables y el de la piratería marítima. Aun así, personalmente, debo reconocer que me ha resultado más correcta que apasionante.

Lo que más me ha llamado la atención es un aspecto secundario con respecto a la trama: que se trata de una novela que podríamos calificar de políticamente incorrecta. No por sí misma (no es en ningún caso un texto de tono provocador), sino en contraste con lo esperable hoy en la novela juvenil (de canon ideológico estable, previsible y tirando a cansino, pese a que en algunos temas aún sea socialmente necesario). Hay casi un juego de expectativas, que se inicia por sendas que luego no se atienen a lo previsible.

Así, la protagonista es una chica en un contexto marítimo donde hay un exponente claro del machismo irracional (Romi, el pecoso). Hasta aquí, se diría que es lo esperable. Pero la chica no es la heroína salvadora; además de la confusión inicial por la que se ve embarcada en la aventura, cuando en un momento crucial desobedece a su padre, también mete la pata; así, cuando en contra de la orden expresa de este (p. 191), pretende asaltar a los bandidos, se encuentra con una pistola apuntándole a la cabeza (192) y serán otros quienes los rescaten.

Por otro lado, la chica está enamorada de un inmigrante, Abdoulaye o Abdú (que, aunque «no era precisamente un Apolo de ébano», tenía «unos grandes ojos de mirada directa y una hermosa sonrisa blanca», 14). Y la pretende un cocinero, Raúl, que la corteja sin éxito y (para colmo, podríamos decir) goza de la aprobación del padre («Ojalá el día que te cases lo hagas con un hombre como él», 35). En la novela actual está cantado que triunfará el amor con el inmigrante, pero Abdú compartirá destino ni más ni menos que con el machista Romi: una vez acabada la aventura, los dos «se esfumaron como fantasmas» (205).

En el epílogo, aunque la protagonista se decide por una vida poco habitual para una mujer (estudiar Marina Mercante y mandar un remolcador, 206), acaba siendo «conquistada» por Raúl («acabó conquistándome … el que la sigue, la consigue»). Su noviazgo «duró una eternidad, porque todos opinaron que éramos demasiados jóvenes … y todos esos sermones», con un peso del criterio adulto que en la novela juvenil se suele desdeñar. Y como afirmándose expresamente contra los valores hoy típicos: «sí, estamos casados, felizmente casados, y tenemos dos hijos preciosos».

En suma: sea deliberado o no, veo un contraste claro entre esta novela y el común de las novelas juveniles de las editoriales mayoritarias, que me llama la atención y me mueve a pensar. Veo un desgaste en la previsibilidad y blandura de todas esas novelas de amor-que-triunfa-contra-las-barreras-de-la-inmigración y de heroína-que-demuestra-que-la-mujer-puede-con-todo, un desgaste literario, independiente de la bondad de sus valores. La realidad apenas ha cambiado (para empezar, el país no se avergüenza de que nos vaya a heredar un rey por el mero hecho de ser varón, pasando por delante de sus hermanas mayores), pero eso no quita que una novela del todo previsible carece de eficacia. Por otro lado, la verdadera libertad nace de la capacidad de elegir, no del adoctrinamiento en una vía única (sea la «tradicional» o la «liberada»). A este respecto coincido como lector con esta nota de Luis Daniel González: prefiero buenas novelas, sean o no políticamente correctas.

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‘El tiburón’, de Enrique Cordero Seva, ilustración de Ester García

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La mar chalada, de Enrique Cordero, es un libro temático, de tono en general lúdico, con especial afición a los juegos de palabras. Lo recomendaría a partir de unos seis años, aunque el grado de dificultad es bastante variable (en cuanto al uso escolar, algunos poemas convendrían fácilmente en la ESO). En casa nos ha gustado y al hilo de uno de los poemas, M., de ocho años, se puso en seguida a inventar posibilidades de peces-oficio. Las ilustraciones de Ester García suavizan la relativa dificultad lingüística del conjunto con un estilo también lúdico, pero nada desbordado, que ante todo facilita la comprensión de los poemas. 

  • Enrique Cordero Seva, La mar chalada. Ilustraciones de Ester García. Edelvives, Zaragoza, 2013. ISBN 978-84-263-8689-2.

Aquí no se fía (nadie de las recomendaciones de Navidad)

Ayer me llegó, por vía de Twitter, el enlace a una «selección» de «treinta títulos para los más pequeños de la casa», publicada en ABC. Aparte de la alegría personal porque uno de esos libros lo ha traducido mi mujer (y, cosa rara, el editor cumple con la Ley de Propiedad Intelectual y paga derechos de autor por la traducción; así que ojalá se venda por miles), la sensación general era negativa: algunas presencias poco dignas y muchas ausencias clamorosas. Buscando datos objetivables, terminé por reducir la selección a los editores mencionados. En orden alfabético: Anaya (5), Cuento de Luz (4), Edelvives (1), Juventud (4), La Galera (3), Macmillan (2), Palabra (3), Planeta (3), Siruela (4) y SM (1).

Visto lo visto, mi enhorabuena a los servicios de márqueting de los editores recomendados repetidamente, porque han cumplido a la perfección con la labor por la que cobran: hacer llegar sus obras a los medios. Pero al periódico, una de dos: si venden publicidad, llámenla por tal nombre; y si lo que quieren es ofrecer a sus lectores selecciones mínimamente merecedoras del calificativo, antes pasen por una buena librería en la que puedan ver igualmente los catálogos de (de nuevo en orden alfabético) A buen paso, Bárbara Fiore, Coco Books, Combel, Corimbo, Cuatro azules, Ekaré, Flamboyant, FCE, Jinete azul, Kalandraka (y Factoría K), Kókinos, Libros del Zorro Rojo, Lóguez, Lumen, Media Vaca, Nórdica, OQO, Pintar-Pintar, Proteus, República Kukudrulu, Sd, Thule… y los que me dejo. Se sorprenderán muy gratamente y, de paso, no engañarán a los lectores, cuestión que tal vez figure en esa letra pequeña del periodismo que fueron los códigos deontológicos.

Visto algún comentario, añado un abrazo a los autores, ilustradores y editores recomendados en ese artículo. No va, en ningún caso, contra ellos.

La música de los «booktrailers»

Pienso que los mediadores de la lectura deberemos ir teniendo en cuenta la necesidad de deconstruir el carácter publicitario de los tráilers de libros, en la medida en que pueden afectar nuestra opinión. En el siguiente tráiler, ¿qué parte de su efecto se debe a la estructura narrativa, cuánto a las imágenes y cuánto, puramente, a la música de Ella Fitzgerald?

Presentación de ‘Dun tempo e dunha terra. Antoloxía poética de Celso Emilio Ferreiro’, ilustrada por David Pintor

El silencio de los libros (premios Edelvives 2012)

Edelvives propone un vídeo a lo cine mudo, con la narración en pantalla y el piano en vivo, para que nos interesemos por sus premios (Ala Delta, Alandar y Álbum Ilustrado 2012), y a mí me parece una idea graciosa y como tal os la copio. Tráiler:

Versión completa (vía Pep Bruno):

‘Un loro en mi granja’, de Pep Bruno y Lucie Müllerová

La literatura infantil tiende a moverse en formas limitadas, como por ejemplo la narración lineal transmitida por una sola voz. Esto puede tener una explicación inmediata en el intento de acercarse a lectores que aún no son maduros; pero a cambio contribuye a hacer de la literatura algo previsible, alejado de la emoción y el descubrimiento del mundo en toda su complejidad.

Un loro en mi granja, de Pep Bruno y Lucie Müllerová, es muy distinto. Sin dejar de ser asequible en ningún caso (es decir, sin que el árbol de la elaboración literaria nos oculte el bosque de la eficacia narrativa), nos encontramos con tres voces: la de un narrador, la de un personaje (el loro) y la de la ilustradora. No hay un encaje directo entre las tres, sino la propuesta lúdica de un enigma. La voz del narrador (que habla en primera persona y al final aparecerá también como personaje que lo aclara todo) nos habla desde el mundo de la granja, pero varios detalles de la ilustración nos hacen sospechar que esa granja es, cuando menos, extraña; y el loro rojo es llamativo, luce un sombrero peculiar y, como veremos, actuará de un modo no menos extraño en su contexto.

La propuesta, encantadora para primeros lectores y prelectores avanzados, es mucho más compleja de describir que de leer y mirar. Trata al niño como ese ser inteligente que se mueve en un mundo inevitablemente complejo y rebosante de voces, al que es capaz de dotar de más sentido de lo que a veces imaginamos. Nuestra literatura infantil necesita más libros como este.

  • Pep Bruno, con ilustraciones de Lucie Müllerová, Un loro en mi granja. Primer premio del IV Concurso Internacional de Álbum Infantil Ilustrado «Biblioteca Insular. Cabildo de Gran Canaria». Edelvives, Zaragoza, 2009. ISBN 978-84-263-7341-0.

‘La princesa que perdió su nombre’, de Pilar Mateos y Teo Puebla

¿Cabe hacer un cuento serio sobre una princesa enamorada de un jardinero, cuyo nombre perdido va en boca de una paloma peregrina que recorre el mundo llamando a la paz y le será devuelto «embellecido y dignificado por el amor», sin caer en lo cursi? Formas de huir hay muchas: la burlona, en la que deshacemos los tópicos; la anarquista, el la que el jardinero planta a la princesa; o la vanguardista, que habría asado al pichón. Intentarlo en serio, con más rasgos de ternura que de humor propiamente dicho, es transitar por un camino ambicioso y delicado al mismo tiempo.

Creo que Pilar Mateos consigue recorrerlo con fortuna por la introducción de elementos cotidianos y modernos y alguna repetición estructural que favorece la sonrisa literaria: «Revolvió en el interior del armario, y rebuscó en los bolsillos de los abrigos viejos, y entre los pliegues de los vestidos de fiesta, y sacudió su manto de armiño, con la esperanza de que su nombre cayera al suelo como un billete usado de autobús. Cayó el billete usado, pero su nombre, no»; «… por si el viento lo hubiera arrastrado al agua como a una abeja atolondrada. La abeja estaba en el agua, pero su nombre, no». Cuando llegamos a «vio que tenía la ternura de una mujer encinta, la misericordia de un anciano y el gracejo de un niño», el narrador ya nos ha conquistado la atención. Es obvio, por otra parte, que la elección léxica no se limita al vocabulario del público, sino que corresponde a una voz adulta, que deberá explicarse más de una vez (al menos, en la eventual relectura atenta).

Por otro lado, en estos libros que apuestan fuerte se ve particularmente clara la importancia de la ilustración en el resultado de un libro infantil. ¿Qué se potencia, qué se equilibra, qué se evita? El trabajo de Teo Puebla se mueve por los difíciles terrenos de la ternura, pero con la contención necesaria: con una simplicidad casi simbólica en los personajes y una paleta más amplia que el pastel rosado-azulado.

  • Pilar Mateos Martín, La princesa que perdió su nombre, con ilustraciones de Teo Puebla. Edelvives (Ala Delta, serie roja), 1992, ISBN 84-263-1999-8; 2002, ISBN 978-84-263-4830-2.