El haiku es quizá la forma regular más breve de la poesía universal, con su recuento de sílabas fijo, que algunos traductores respetan y otros no. Cuando se respeta la métrica, es una buena introducción a la escritura métrica en el aula, que permite mucha creatividad medida, juego reglado, en definitiva: experimentación con límites, que es la que permite aprender.
Porque aunque se tiende a pensar lo contrario, la poesía tiene que ver poco con la libertad absoluta: escribir con plena libertad, en el sentido de «sin ninguna consideración», solo genera textos incomprensibles que pierden la función comunicativa, como «XDFHJKSD», que es muy libre, pero no dice nada. Al respecto, podéis ver también «Mudarse», de Georges Perec.
Pero el haiku permite otros muchos juegos: desde los temáticos (porque el haiku tradicional no se escribe sobre cualquier tema y debe incluir siempre determinada clase de alusiones, por ejemplo, al paso de las estaciones y el tiempo) a los lingüísticos (aprovechando el original japonés para abrir el oído a las sugerencias fónicas o incluso creando nuevos poemas en un «japonés» inventado).
Dejo dos haikus del japonés Masaoka Shiki (1867-1902).
Tsuiu-bare ya
Tokoro-dokoro ni
Ari no michi
Pasa la lluvia.
Por todas partes
surgen sendas de hormigas.
Camino caluroso.
Sobre esa piedra
descansan todos.
Taezu jito
Ikou natsu-no no
Ishi jitotsu
Fuente: M. Shiki, Cien jaikús, traducción castellana de Justino Rodríguez, Hiperión, Madrid, 1996.