Ayer me llegó, por vía de Twitter, el enlace a una «selección» de «treinta títulos para los más pequeños de la casa», publicada en ABC. Aparte de la alegría personal porque uno de esos libros lo ha traducido mi mujer (y, cosa rara, el editor cumple con la Ley de Propiedad Intelectual y paga derechos de autor por la traducción; así que ojalá se venda por miles), la sensación general era negativa: algunas presencias poco dignas y muchas ausencias clamorosas. Buscando datos objetivables, terminé por reducir la selección a los editores mencionados. En orden alfabético: Anaya (5), Cuento de Luz (4), Edelvives (1), Juventud (4), La Galera (3), Macmillan (2), Palabra (3), Planeta (3), Siruela (4) y SM (1).
Visto lo visto, mi enhorabuena a los servicios de márqueting de los editores recomendados repetidamente, porque han cumplido a la perfección con la labor por la que cobran: hacer llegar sus obras a los medios. Pero al periódico, una de dos: si venden publicidad, llámenla por tal nombre; y si lo que quieren es ofrecer a sus lectores selecciones mínimamente merecedoras del calificativo, antes pasen por una buena librería en la que puedan ver igualmente los catálogos de (de nuevo en orden alfabético) A buen paso, Bárbara Fiore, Coco Books, Combel, Corimbo, Cuatro azules, Ekaré, Flamboyant, FCE, Jinete azul, Kalandraka (y Factoría K), Kókinos, Libros del Zorro Rojo, Lóguez, Lumen, Media Vaca, Nórdica, OQO, Pintar-Pintar, Proteus, República Kukudrulu, Sd, Thule… y los que me dejo. Se sorprenderán muy gratamente y, de paso, no engañarán a los lectores, cuestión que tal vez figure en esa letra pequeña del periodismo que fueron los códigos deontológicos.
Visto algún comentario, añado un abrazo a los autores, ilustradores y editores recomendados en ese artículo. No va, en ningún caso, contra ellos.
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