Hitler I el Flatulento

Pienso que la poesía infantil popular es una escuela de humor. Porque lo es de surrealismo, que quizá es solo una forma de tomarse a risa el mundo que entre todos vemos más o menos parecido; porque tiene muchas formas carnavalescas, de inversión del mundo, dejar el poder en manos de los niños y los pobres; y por su escatología incontenible, políticos y poder puro incluidos: «Franco, Franco, tenía el culo blanco…». Eso protege. A mí el autobús naranja con su pretencioso «Que no te engañen» me impresiona y me irrita tanto como Media Markt con su paralelo de «Yo no soy tonto» o los «Porque yo lo valgo». Unos quieren vender cosméticos y lavadoras, otros ideas. Que sí, que sí, que tengo un pirulí, tú la cabeza gorda, y te toca a ti.

Esta escuela de humor es de hecho una escuela de libertad. Además, para todos: afortunadamente también para los que no piensan como yo (que es lo que permite mi libertad: que no sea mía, sino libertad). Con realidades como las cámaras de gas ya es más difícil reírse. Pero esta nota de Jacinto Antón sobre Hitler deshace su figura justo por medio de la escatología. Hitler I el Flatulento. Ya, los límites de la risa. Pero.

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