‘De una biblioteca a otra’: la biblioteca como espacio democrático por antonomasia, por Antonio Muñoz Molina

Me identifico mucho con estas palabras de Muñoz Molina: «Vengo a trabajar en una biblioteca pública y me acuerdo siempre de la primera que conocí, en la que empecé a educarme, tan lejos ahora y tan presente en la memoria, la biblioteca municipal de Úbeda, que descubrí cuando tenía unos doce años. La mirada infantil, como la poesía épica, agranda los lugares, magnifica las cosas: yo nunca había visto salas tan grandes, estanterías llenas de libros que llegaban a los techos, sumergidas parcialmente en una penumbra en la que brillaban con intensidad misteriosa las lámparas bajas sobre las mesas de lectura. En cualquier otro lugar mis deseos y mis aficiones estaban limitados por la falta de dinero: en la biblioteca yo era un potentado. Fuera de allí las cosas pertenecían a alguien, casi siempre a otro: en la biblioteca eran mías y a la vez de todos. No existe mejor escuela de ciudadanía».

También suscribo la defensa concreta de esta biblioteca, y la defensa en general de la educación y la cultura públicas: «La escuela pública, la biblioteca pública, son el resultado de esas ideas emancipadoras: también son su fundamento. Con egoísmo legítimo uno compra un libro, lo lee, lo lleva consigo, lo guarda en su casa, vuelve a leerlo al cabo de un tiempo o ya no lo abre nunca. En la biblioteca pública el mismo libro revive una y otra vez con cada uno de los lectores que lo han elegido, multiplicado tan milagrosamente como los panes y los peces del evangelio: un alimento que nutre y sin embargo no se consume; que forma parte de una vida y luego de otra y siendo el mismo palabra por palabra cambia en la imaginación de cada lector. En la librería no todos somos iguales; en la biblioteca universitaria el grado de educación y la tarjeta de identidad académica establecen graves limitaciones de acceso; sólo en la biblioteca pública la igualdad en el derecho a los libros se corresponde con la profunda democracia de la literatura, que sólo exige a quien se acerca a ella que sepa leer y sea capaz de prestar una atención intensa a las palabras escritas. En el reino de la literatura no hay privilegios de nacimiento ni acreditaciones oficiales, ni jerarquías de ninguna clase ante las que haya que bajar la cabeza: nadie tiene la obligación de leer una determinada obra maestra; y no hay libro tan difícil que pueda ser inaccesible para un lector con vocación y constancia».

A mi modo de ver, hay mucho de cierto en estas palabras. Sin embargo, personalmente discrepo de las siguientes: «Pomposos catedráticos resultan ser lectores ineptos: cualquier persona con sentido común es capaz de degustar las más delgadas sutilezas de un libro». Es lo que dice el canon del democratismo, en efecto; pero la realidad es otra: a leer literatura se aprende y una buena formación ayuda mucho; y sin esta, hay libros casi inaccesibles, porque no debe olvidarse que casi toda la literatura bebe de la literatura precedente y el gran contexto donde se explica, se comprende y mejor se disfruta es el de la tradición literaria. Por eso la mayoría de catedráticos, pomposos o no, son buenos lectores; y por eso para disfrutar a fondo de la Odisea, la Divina Comedia o el Quijote no basta con el sentido común, sino que hace falta una buena educación en literatura, tradición literaria y cultural y Humanidades en general. Es algo que una sociedad democrática debe procurar a todos, claro. Pero que, con la excusa de la crisis, nuestros gobiernos omitan esta obligación —y así opten por ampliar, en lugar de reducir, las brechas sociales— no quita que, en ausencia de una buena formación literaria, se lee peor. La supuesta salida autodidacta, por desgracia, solo le funciona a una pequeña minoría de tercos y afortunados por igual.

5 Respuestas a “‘De una biblioteca a otra’: la biblioteca como espacio democrático por antonomasia, por Antonio Muñoz Molina

  1. La nota no es de hoy, sino de 2008; pero no veo que haya perdido actualidad. La he visto enlazada en el FB de la biblioteca de Pardillo.

  2. La verdad que las bibliotecas públicas son un lugar mágico para esa mirada infantil, yo también tengo fresco ese primer momento.
    Es una lástima los recortes que sufren, pues una biblioteca no es solo un contenedor de libros, también une a gente y crea cultura con sus programas participativos. En mi ciudad, Sevilla, la biblioteca pública provincial no tiene apenas recursos para libros nuevos y, aunque está mal decirlo, no nacen nuevos proyectos adecuados a los recortes; simplemente son anulados.
    Creo que la imaginación y las ganas de trabajar de los bibliotecarios, influidos por todos esos autores que gritan desde las estanterías, deberían luchar y recurrir a esos proyectos que son parte de la unión de personas de diferente clase social. He aquí la democracia cultural.
    Me refiero a cursos de escritura creativa, recitales de poesía, cuenta cuentos, talleres de álbumes ilustrados, paseos guiados por obras literarias, clubs de lectura con participación de nuevos escritores… Creo que los recortes por la crisis se combaten con la imaginación, cosa que no pueden recortar. Un saludo y buen post

    • Hola, Rubén. Te doy la razón, en parte, y en parte te llevo la contraria por lo que sé de conversar con bibliotecarios. Muchos ya suplen por aquí y por allá las carencias. Incluso en las actividades. Como moderador de un club de lectura, yo cobraba una cantidad (pequeña) por sesión. Pero el bibliotecario también asistía y no cobraba nada, haciéndolo fuera de horas. Y gestionaba la llegada de los lotes, el reparto de los libros, la recuperación, la devolución, los cambios de última hora, mis facturas, la reclamación de mis facturas al ayuntamiento moroso… Ni te cuento. Algunos podrían hacer más, es cierto. Otros desde luego hacen mucho y, por desgracia, los recortes salvajes e injustos favorecen más la desmotivación que la imaginación. Estamos hartos, muchos de los ciudadanos de a pie, de los políticos, sus amigos, sus regalos, sus «te has pasado veinte pueblos» y su papanatismo con el lujo y los famosos y famosetes. Ahora a médicos, maestros, bibliotecarios, funcionarios en general se les cobran los aeropuertos, fórmulas 1 y demás. Veo difícil que sigan echándole tanta imaginación como muchos le echaban. Y aun así los hay vocacionales e inquebrantables. Chapeau por ellos y, en lo posible, claro, ojalá que encuentren imitadores.

  3. Me encantan las palabras de Molina, gracias por senalarlas en este artìculo. Mi primera biblioteca fue la de valencia, no se si la conocèis pero es un lugar fantàstico. Una casa gigante y antigua, rodeada de jardines y con techos muy altos. Realmente magestuosa. Con espacios reservados a cada uno de los perfiles de lectores. Me enamorè de la biblioteca de Valencia, allì estudiè durante mi carrera de periodismo y la sigo visitando siempre que puedo.
    Sara M.

    • Personalmente no he estado, pero una de las lectoras del blog trabaja allí. 🙂

      Por cierto, como tu vínculo envía a una página de préstamos, el sistema interpretó que era spam. Afortunadamente lo he podido rescatar; el vínculo no viene a cuento, pero tus palabras, sí, plenamente.

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